sábado, 18 de agosto de 2012

Fragmentos para Tápies, José Ángel Valente.


Quizá el supremo, el solo ejercicio radical del arte sea un ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es un acto de penetración en la materia, sino pasión de ser penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él recreado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación:
Dijo Dios –Brote la nada.Y alzó la mano derechahasta ocultar la mirada.Y quedó la Nada hecha.
El estado de creación es igual al wu-wei en la práctica del Tao: estado de no acción, de no interferencia, de atención suprema a los movimientos del universo y a la respiración de la materia. Sólo en este estado de retracción sobreviene la forma, no como algo impuesto a la materia, sino como epifanía natural de ésta.
Y la materia para el artista no se sitúa nunca en lo exterior. Ocupa el espacio vacío de lo interior, el espacio generado por retracción, por no interferencia, donde 2–1 suele ser mayor que 2+1, según la ley de la afición negativa que Kandinsky, tan próximo, formuló.
Estado de creación y espacio de la creación. "Un día traté de llegar directamente al silencio", escribe Antoni Tàpies. El silencio o la nada. El lugar de la materia interiorizada. ¿Lugar de la iluminación?


Mucha poesía ha sentido la tentación del silencio. Porque el poema tiende por naturaleza al silencio. O lo contiene como materia natural. Poética: arte de la composición del silencio. Un poema no existe si no se oye antes de su palabra, su silencio.


Tàpies ha sentido explícitamente la obra de arte como "un simple apoyo de la meditación". Su arte tiene, en efecto, la textura de la meditación. Pero esa larga y pura meditación en que la obra de Tàpies consiste desemboca por un proceso que le es connatural en formas cada vez más desnudas de contemplación, entendida ésta como estado en que la experiencia se configura ante todo como experiencia de la unificación. El arte de Tàpiues es, en definitiva, una soberana contemplación de la materia. Presencia radical de la materia que llega a la forma, pero que es sobre todo formación: formas que se disuelven a sí mismas en la nostalgia originaria de lo informe, de lo que en rigor es indiferente al cambio y puede, por tanto, cambiarse en todo, ser raíz infinita de todas las formas posibles.
No tiene sentido en el arte de Tàpies hablar de abstracción y de figuración. La forma no figura: es. La forma es materia. La materia –la materia en el cuadro o en la composición– no es sustentáculo de nada sobreimpuesto. No es materia de ninguna forma sino forma absoluta de sí. Tal vez en lo moderno ningún artista haya llevado a más avanzado extremo ese proceso de unificación de la materia que sería a la vez un proceso de unificación con la materia misma:Etre la matière!, escribió Flaubert.
Las formas "pobres" –cordeles, un bastón– o la memoria de las formas que la materia tuvo –huellas de unos pies, de unos dedos ensangrentados– señalan la irrupción total de la materia que las hace ser de nuevo con un ser que de su sola forma no tendrían. Tàpies devuelve así a la materia misma todo el movimiento de la creación. La meditación de Tàpies ha consistido en un largo, secreto, demorado esfuerzo para percibir el movimiento creador de la materia bajo la fijación, no sólo utilitaria sino "artística", de las formas. Y de ese esfuerzo, de esa radical aventura, nacen la tensión espiritual y el rigor, el inconfundible e inquietante rigor, de tantas composiciones suyas.

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